Fernando Savater


Fernando Savater, el turf sin filosofía


Cuando el pasado domingo Fernando Savater le entregó a Anthony Forde el trofeo por la victoria de Trywalkinmyshoes en la primera carrera, era difícil saber cuál de los dos sentía más orgullo. Para el propietario de Safsaf significaba la celebración de una nueva victoria en Madrid después de mucho tiempo. Para Savater era el merecido homenaje a su labor como divulgador del turf en España desde hace décadas: “El reconocimiento de mis amigos siempre lo he tenido y este premio lo considero un detalle, pero es verdad que me hace ilusión. ¡Qué caramba!, prefiero que una carrera de caballos lleve mi nombre a que me den, qué sé yo, un premio de Química. Siempre he tratado de echarle una mano el turf, pero en parte ha sido por puro egoísmo, porque es lo que me gusta y quiero que siga funcionado”.


UN LUGAR PARA LA EVASIÓN

Cuenta Fernando que a los 4 o 5 años ya iba al hipódromo de Lasarte de la mano de su padre y que le gustaba ver la primera carrera, que solía ser de vallas, pegado al seto: “De pronto, un jinete se cayó justo delante de mí. Era el Duque de Alburquerque, que montaba a Lady Chacolí y con el tiempo se convertiría uno de mis héroes hípicos. Es el primer recuerdo diáfano que tengo del turf. Después empecé a aficionarme a ciertos caballos. Me emocionó, por ejemplo, la victoria de Todo Azul en el Gran Premio de Madrid con 60 kilos encima, pero también me gustaban mucho Caporal, Reltaj y Quita, una velocista fabulosa que llegó a ganar muy buenas carreras en Francia. En aquella época era habitual encontrarse en el hipódromo de La Zarzuela con actores como Jack Palance y Eddy Constantine o futbolistas como Di Stéfano. Ahora se echan en falta ese tipo de personajes conocidos que ayudan a promocionar el turf” reconoce quién en la actualidad es, junto al cocinero Abraham García, el aficionado al turf más célebre de este país.

Entre los mejores caballos a los que ha visto correr en sus viajes por el planeta hípico, Savater cita los nombres de Sea Bird, Nijinsky, Frankel, Sea the Stars, Zarkava y Tréve, pero el domingo, durante el premio dedicado a Gonzalo Griñán, le sorprendí animando en plena recta final –a su manera, con suma discreción- al más humilde y viejo Argaly, que finalmente acabaría segundo: “Hay caballos que me caen muy bien y siempre apuesto por ellos. Argaly es uno de ellos. Le juego ahora que lleva una buena temporada igual que le jugaba cuando no estaba tan bien. Apostar forma parte del ritual del turf, pero juego muy poco dinero y, a veces, si la carrera es muy bonita, incluso se me olvida. No tengo ningún criterio especial. Me gusta ver los caballos en el paddock y fijarme en sus padres. De muchos he visto correr a los abuelos y tatarabuelos. Prefiero perder con un caballo que me resulta simpático antes que ganar con uno que no me dice nada”.


Fernando y Abraham en el paddock de La Zarzuela

Un domingo de carreras para Savater consiste en una placentera jornada de ritos más o menos repetidos. Suele acompañarle su hermano -y fiel compañero de aventuras hípicas- y le gusta ver las carreras frente al espejo de meta, sin apartar los ojos de sus prismáticos. En el hipódromo procura olvidarse de todo lo demás: “Es mi mundo, mi pequeño paraíso. Para las carreras no aplico ninguna ciencia y menos aún la filosofía. Solo el corazón, como hizo Shakespeare en sus ’Trabajos de amor perdidos’. Hay quién se toma el turf muy en serio desde el punto de vista crematístico, pero a mí eso me aburre. Me siento distante de la gente que dice entender mucho de algo porque yo nunca he entendido mucho de nada”.

LA GLORIOSA INCERTIDUMBRE DEL TURF

Autor de dos joyas literarias dedicadas al turf –‘El juego de los caballos’ y ‘A caballo entre milenios’, en 2008 obtuvo el premio Planeta por ‘La hermandad de la buena suerte’, novela de aventuras ambientada en un hipódromo inconcreto que se cerraba abruptamente cuando los caballos participantes en la Gran Copa abordaban la recta final y el héroe, Espíritu Gentil, ocupaba la cuarta posición. Resolvió el enigma cuatro años después en su novela ‘Los invitados de la princesa’, pero el clímax alcanzando en ‘La hermandad’ y su incierta conclusión resumen una idea a la que Savater siempre recurre, la gloriosa incertidumbre del turf. Lo hace también para hablar del último Arco: “Si estuviéramos seguros de la victoria de un caballo, no tendría ninguna gracia. Ni siquiera el origen es a veces importante. Mira Golden Horn. Sus padres eran velocistas puros y hasta es difícil encontrar en su genealogía un caballo que llegue a la milla. Pues resulta que él hace maravillosamente 2.400 metros. Lo doloroso de aquella carrera no es que la perdiese Tréve sino que en el futuro nos acordemos de Tréve por su derrota, olvidando todo lo que había ganado antes. Las derrotas de los caballos que parecen invencibles son parte del encanto del turf”.

Una trilogía imprescindible para cualquier aficionado al turf

El País fue –gracias, por supuesto, a Savater- uno de los poquísimos medios españoles que informó sobre la gran carrera de Longchamp, lo que invita a otra reflexión: “Cuando les envié la columna, me dijeron: pero bueno, ¿quién es Tréve? Y les respondí que no se preocupasen por eso, que los interesados seguro que lo sabían. Me gusta escribir sobre las carreras pero en España lo difícil es que te dejen hacerlo. Resulta inaudito que los periódicos informen sobre una regata en Nueva Zelanda y ni tan siquiera den los resultados del domingo en el hipódromo. Tampoco hablan de Ioritz Mendizábal, un chico de Oyarzun que ha ganado varias veces la Fusta de Oro en Francia, o de los éxitos de caballos españoles en carreras de Grupo. Es como si hace cincuenta años nos hubiesen ocultado los triunfos de Manolo Santana y solo pudieran enterarse quienes iban a las pistas de tenis”.

En semejantes circunstancias, Savater sale en defensa del desamparado aficionado español al turf: “Ser turfista en Irlanda, con una tradición tan antigua y arraigada, no tiene mucho mérito. Defender las carreras en España sí que lo tiene, como demuestra que hayamos sobrevivido a diez años de parón y la gente haya seguido invirtiendo en caballos. Aquí la afición es mucho más dura y combativa que en ninguna otra parte. Cuando se ha hecho una promoción acertada de las carreras, permitiendo la entrada libre, el hipódromo se ha llenado. Así pasó el primer día de la temporada, aunque paradójicamente nos sentíamos algo incómodos de tanta gente como había”.

La incertidumbre del turf resulta menos gloriosa cuando, en lugar de las carreras, tenemos que hablar de las estructuras que sostienen las carreras. Aunque el escritor, elegido presidente del Consejo Asesor del Jockey Club Español, confía en su porvenir: “Espero que se resuelvan los problemas legales que ha habido y avancemos en lo positivo. En España hay caballos, profesionales y propietarios muy decididos, aunque parece que también hay gente más dedicada a enredar que a resolver las cuestiones. Si nos dejan y no aparece ningún cernícalo empeñado en cerrar otra vez el hipódromo, habrá futuro”.

A Fernando Savater, que ya busca con la mirada a los participantes en la siguiente carrera, le hago una última pregunta: ¿Por qué, después de 60 años de afición, nunca ha sido propietario?. “Es algo que siempre me ha atraído. Lo que me ha retraído es la ausencia de dinero (dice entre risas). Además, de este modo siento que todos los caballos son míos y puedo elegir al que yo quiera”.

Octubre de 2015 (publicado en A Galopar)

Carlos Guiñales

Comentarios

  1. Fantástica entrevista! Me ha encantado, Carlos.
    Savater no es de mi gusto cuando habla de filosofía o política, o yo no lo termino de entender... pero cuando habla de turf: salen piedras preciosas de su boca!
    Saludos!!!

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  2. Gracias, Laura.
    Te anticipo el título del próximo capítulo:
    "Hermanos Bolaños: siempre Noozhoh, siempre Canarias".
    Un saludo.

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    1. Ufffffff que ganas de leerte! No tardes en publicar, estoy impaciente!!! :-) :-) :-)

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